Paisajes Fantasma
( CERRAR )

Hechos básicos en la historia de la Quina (1949)

Jaime Jaramillo Arango

Jaime Jaramillo Arango (1897–1962) fue un médico, escritor, diplomático y político colombiano. Con toda probabilidad, mientras fue embajador en Londres tuvo acceso a los Jardines de Kew, la Sociedad Linneana de Londres, el Dpto. Botánico del British Museum, el museo Wellcome de Historia de la Medicina, entre otros. El acceso a los archivos de estas instituciones le permitieron escribir este texto, que sobresale por ser de las pocas revisiones históricas que contrastan la historia tradicional con puntos de vista latinoamericanos, y por empezar su pesquisa desde 1492, algo infrecuente en la historiografía de la quina.

Por otro lado, el texto fue escrito originalmente en español, algo anómalo respecto al tema. Retomamos algunos fragmentos del texto original y vale la pena comparar la perspectiva de un médico colombiano, con la de un médico anglosajón, como la de Henry Wellcome –que también retomamos en la versión en inglés de este sitio– respecto al tratamiento de la quina.

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Estudio crítico acerca de Ios hechos básicos en la historia de la Quina (1949)

Por

Jaime Jaramillo Arango

Las densas florestas y ciénagas de las tierras bajas del Ecuador, los declives de los Andes, las fiebres de la costa tropical, ofrecieron condiciones tales que una cuarta parte de sus soldados, un gran número de caballos y la mayor parte de los, indios guías y arrieros se rindieron y perecieron.

En el más estricto sentido, una grande y temida plaga podía ser combatida con una medicación individual. La primera piedra de la quimioterapia estaba puesta.

La leyenda —con raras excepciones, comúnmente tenida en el pasado como auténtica— hoy, casi comprobado ser una ficción de como las virtudes de la quina fueron conocidas por los europeos por primera vez, y cuando fue ésta introducida a Europa, vale la pena, de ser recordada aquí.

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INTRODUCCIÓN

El año de 1492 marca uno de los hitos de la historia del mundo. ¡En ese año, y gracias a la intrepidez del más grande de los navegantes —Cristóbal Colón—, un vasto continente fue descubierto, más allá de los mares, bañado por los rayos del sol poniente! Este continente no solo estuvo destinado a ser la cuna de 22 nuevas naciones que, así en época de paz como de guerra —conforme fue demostrado en el último conflicto mundial—, han jugado un papel vital en los destinos de la comunidad universal de pueblos, sino que aportó a la humanidad el beneficio de media docena o más de productos nuevos, sin cuyo concurso es dudoso que ella pudiera haber realizado los progresos que durante las últimas cinco centurias ha alcanzado.

Cada uno de dichos productos ha jugado un papel definitivo en el bienestar y progreso de la humanidad. Y algunos de ellos han venido a hacerse esenciales a grandes grupos de la población mundial: sin el MANÍ, la subsistencia de las razas africanas sería en verdad pobre; sin la PAPA, segundo alimento, después del trigo, en cuanto a la universalidad de su consumo, difícilmente ve uno cómo pudieran alimentarse al presente las poblaciones europeas. No sin cierto hondo sentimiento y simbolismo, en ocasión memorable, le fue erigido un monumento a dicho tubérculo en Braunlage (Alemania), con la inscripción: “el más grande antídoto contra el hambre”; sin el CAUCHO, no es fácil imaginar cómo pudieran haberse llevado a cabo los progresos alcanzados durante el último siglo en los terrenos de la electricidad, transporte y comunicaciones.

Los anteriores tres sobresalientes productos, para no mencionar el maíz, extendido y nutritivo alimento animal y humano; el pavo, que todos los años agracia nuestra mesa de Navidad; la taza de chocolate, la cual algunos pueblos aprecian tanto como los anglosajones su taza de té; o el humo del cigarrillo, del cigarro o de pipa, que como estímulo mental y solaz físico inhalan hora tras hora cientos de miles de seres.

Pero, existe otro producto del cual la humanidad es igualmente deudora al Nuevo Hemisferio. Y los beneficios que de este último ha recibido no son menos valiosos que los derivados de los otros, antes mencionados. Dicho producto es la quina. Su importancia se realiza mejor cuando se tiene en cuenta que el paludismo es, y ha sido siempre, una de las plagas más extendidas de la humanidad —800 millones de almas, en cifras redondas, son anualmente afectadas por la malaria— y que la quina, con los productos cristalinos que de ella se extraen, fue hasta época reciente el único remedio efectivo contra tal enfermedad.

Los diferentes aspectos concernientes a la historia de la quina han sido por largo tiempo objeto de innumerables trabajos, y especialmente recibieron revivido interés a comienzos del segundo cuarto del presente siglo, cuando el tricentenario del primer uso reconocido de la quina por los europeos fue celebrado en varios países, particularmente en los Estados Unidos y en la Gran Bretaña.

[…]

Sin embargo, en más de un aspecto dicha historia es todavía bastante oscura. Y, lo que es aún más singular, sobre particulares que hace ya tiempo son hechos más o menos establecidos, o que han debido ser hechos establecidos, se leen a cada paso aseveraciones que no solo se contradicen entre sí, sino que en puntos fundamentales ellas mismas están contradichas por los hechos reales, por forma que uno se pregunta cómo tales afirmaciones han podido pasar incontrovertidas por generaciones.

[…]

La primera de las cuestiones precedentes —acerca de si los aborígenes conocieron o no las virtudes de la quina— es un punto que ha sido objeto de opiniones encontradas y aún irreconciliables. Y, la respuesta a dicha pregunta, naturalmente, está estrechamente vinculada a la que se dé a la cuestión correlativa: ¿fue o no conocido el paludismo en América antes del descubrimiento de Cristóbal Colón?

Cuidadosos y documentados escritos consideran que la malaria fue completamente desconocida en América antes de la llegada de los españoles, y que ello fue introducido al Nuevo Mundo bien por los europeos, ya por los negros africanos esclavos. El Dr. Gualberto Arcos, ilustre historiador ecuatoriano, por el contrario, mantiene que el paludismo existía en América desde tiempos precolombinos, que en el año de 1378 de nuestra era la enfermedad diezmó los ejércitos de Pachacútec, y que «más tarde la quina fue usada con éxito para curar las fiebres intermitentes en las tribus de los Paltas y Zaraguros, quienes usaban la corteza macerada con chicha»1.

Sin envolvernos profundamente en dicha controversia, nuestra opinión es que el paludismo fue una enfermedad conocida desde época primitiva por las tribus indias de América, y también de que la quina (Cinchona) les era familiar.

[…]

Sin hacer hincapié sobre documentos jeroglíficos y escritos en lenguas desconocidas, cuya interpretación es tan contingente, y observando que, en igual forma, dichos tempranos Cronistas, Conquistadores y Misioneros no dicen nada en contrario, sobre que la enfermedad no fuera conocida—como en general comúnmente ellos tampoco hacen, referencia de ningún género a otras enfermedades que sin duda alguna debieron existir en América en el período del descubrimiento, en el segundo de los puntos aludidos la afirmación atrás mencionada no es tan absoluta: más aún, es bastante dogmática. En efecto, con autoridad en la “Historia general y natural de las Indias”, de Fernández de Oviedo, conocido es que San Sebastián de Urabá y Santa María de la Antigua del Darién, en los golfos del mismo nombre, los dos primeros poblados que los españoles fundaron en Tierra Firme, ambos caseríos hubieron de ser abandonados, uno en pos de otro, el primero al poco tiempo de establecido, ”cediendo al asalto del hambre, de las fiebres y de los Indios”; el segundo a los pocos años, debido a que, «a causa del sitio bajo cenagoso, se encontró que era malsano»: «la fiebre se hizo epidémica y alrededor de 700 soldados murieron en el cubo de dos meses». Conforme a otros Cronistas, en su exploración del Orinoco, en una semana Don Pedro de Ordaz perdió más de 300 hombres «debilitados por la fiebre y otras enfermedades inducidas por la caliente y húmeda atmósfera de las extensiones bajas del río». En forma similar cuando, en su empeño de explorar el centro de Nuevo Granada (Colombia), Jiménez de Quesada subió el Río Magdalena, «100 de ellos (sus hombres) (la quinta parte de su fuerza) murieron durante las primeras semanas», afectados también por las fiebres2. Incumbe citar por último a Don Pedro de Alvarado, Gobernador, de Guatemala, 'quien refiere que, cuando en su intento de Conquista de la Capital Norte de los Incas desembarcó en Caraquéz y marchó sobre Quito, «las densas florestas y ciénagas de las tierras bajas del Ecuador, los declives de los Andes, las fiebres de la costa tropical, ofrecieron condiciones tales que una cuarta parte de sus soldados, un gran número de caballos y la mayor parte de los, indios guías y arrieros se rindieron y perecieron»3. El paludismo «se presentó en las tropas de Alvarado en forma perniciosa acometiéndoles aquel los accesos denominados por Krafft Ebing, delirios maláricos, y que consisten en fuertes alteraciones psíquicas y en terribles excitaciones»4.

Por cuanto hace a la cuestión original de si los aborígenes conocieron o no las propiedades de la quina, y de si emplearon ésta, Humboldt, Mutis, Pöppig, Spruce, Markham, etc., y otros exploradores y naturalistas modernos que en el curso del siglo pasado visitaron el primitivo “Imperio de la Quina”, basados en el hecho de que ellos encontraron, observación hecha por primera vez por Ulloa,5 que entre la gente de dichas Comarcas no sólo prevalecía un fuerte prejuicio contra la quina, como remedio contra las fiebres, sino que, muchos nativos preferían morir a recurrir al que consideraban un remedio tan peligroso), han expresado el parecer de que los aborígenes no conocieron de las virtudes de la Cinchona, y que éstas fueron descubiertas por los europeos. Dichos comentadores, sin embargo, parecen haber olvidado, de una parte, que naturalistas como William Arrot, el cirujano escocés,6 Jussieu y La Condamine, quienes visitaron el Ecuador un siglo antes, todos explícitamente afirman que la opinión corriente en Loja era la de que las propiedades y uso de la quina fueron conocidas de. los Indios mucho antes de la llegada de los españoles; y de otra, que uno de los trágicos rasgos de la “Conquista del Nuevo Mundo” fue la casi completa exterminación de la población nativa en muchos lugares, por manera que no es mucho de extrañar que, a comienzos del siglo diecinueve, y ello mayormente hoy, la población rural, en muchas partes, hubiere perdido sus tradiciones. Es más, no debe olvidarse que Bollus, a quien más extensa referencia haremos más adelante, quien vivió por muchos años en el Perú, y fue la primera persona conocida en dejar una relación escrita del uso de la Cinchona en América, específicamente manifiesta que «la corteza era conocida de los Indios y que ellos la usaban en sí mismos en la enfermedad, pero que, por todos los medios en su poder, siempre trataron de prevenir que el remedio llegara a ser conocido de los españoles, quienes entre los europeos especialmente despertaban su ira».7 Bollus va más lejos aún: concretamente afirma que entre los indios «la corteza es usada para toda clase de fiebres y que la manera como la emplean en nada se diferencia de la nuestra».8 Al mismo propósito, vale bien recordar también por último que, debido a su sabor amargo, la quina fue siempre uno de los remedios más desagradables de tomar, hecho el cual, en todo tiempo y en todas partes, desparto contra ella un marcado prejuicio. Por supuesto, las consideraciones precedentes ni con mucho implican que la quina fuese conocida por todas las Comunidades nativas: lo más probable es que su conocimiento estuvo circunscrito a ciertas tribus, en especial de los alrededores de Loja.

Por cuanto a las leyendas altamente imaginativas de que los Indios descubrieron las propiedades de la corteza al observar que «leopardos atacados de fiebre masticaban la corteza dé un árbol particular, que resultó ser el Arbol de Calenturas», o que los europeos adquirieron tal conocimiento en gracia de que «en un lugar desierto un soldado español, atacado de una crisis de fiebre palúdica, bebió agua de un lago rodeado de árboles de quina, en el cual algunos de ellos habían caído, haciendo, por así decir, una infusión natural dé la planta, después de lo cual se habría dormido profundamente; despertándose más tarde enteramente curado», justamente por lo que ellas son fruto exclusivo de la fantasía, dichas pintorescas y coloridas leyendas deben sobrevivir. Es un hecho establecido, respaldado por los primeros Cronistas y Misioneros, que los Indios eran a la vez finos observadores de la naturaleza y connotados botánicos, siendo en particular admirable el extenso conocimiento que tenían de las plantas medicinales.

Con el descubrimiento del Nuevo Mundo la quina, pues, entró en la Materia Médica. Y, gracias a ello, por vez primera un verdadero específico, en el sentido farmaco-terapéutico, era introducido en medicina. En el más estricto sentido, una grande y temida plaga podía ser combatida con una medicación individual. La primera piedra de la quimioterapia estaba puesta. Pero, lo que aún es más admirable, la fórmula de Ia quinina debía estar llamada a convertirse más tarde en la fórmula prototipo en el estudio de las drogas quimioterápicas sintéticas que habría de venir.

La leyenda — con raras excepciones, comúnmente tenida en el pasado como auténtica9—hoy, gracias en particular a los interesantes y documentados trabajos de J. RompeI,10 C. E. Paz-Soldán11 y A. W. Haggis,12 casi comprobado ser una ficción— de como las virtudes de la quina fueron conocidas por los europeos por primera vez, y cuando fue ésta introducida a Europa, vale la pena, de ser recordada aquí. Tal relación no sólo encierra un cuento de un gran valor romántica sino que, cualquiera que sea la verdad histórica, su contar imprimió sello a un hecho de carácter científico que, en toda ocurrencia, indefectiblemente ha de transmitir su relato a la posteridad. Consiste dicho hecho en que —impresionado por la narración y convencido de su autenticidad— a fin de inmortalizar a la heroína, Linneo quiso darle su nombre al género del árbol de la quina. Con Ia particularidad más de que, informado mal sobre la manera de deletrear dicho nombre, escribió “Cinchona” en vez de “Chinchona” (comenzando la palabra con C en vez de Ch), como ha debido de ser, omisión acerca de la cual él primero en llamar la atención, tanto en su “Quinología, o tratado del Árbol de la Quina, o Cascarilla” (Madrid, 1792), como en el Manuscrito13 más temprano en el que fue basado dicho trabajo, fue Don Hipólito Ruiz, y de cuya corrección Linneo nunca pudo haberse apercibido, como que el célebre naturalista sueco murió el año mismo (1778) en que, al frente de su celebrada expedición, Ruiz y Pavón desembarcaron en el Perú.

[…]

Le Póeme du Quinquina,14 oda a la droga en dos cantos, de 28 páginas cada uno, escrito por La Fontaine a solicitud de Uranie,15 nombre que ocultaba la identidad de la Duquesa de Bouillon, y dedicado a ella, es una composición que, si por más de un aspecto, es digna de admiración — aunque en verdad es poco Io que añade a la extensa fama del connotado fabulista, de otro lado no refleja luz alguna sobre la historia de este medicamento. Uno entre todos los pensamientos de La Fontaine en dicha poesía merece si ser recordado: es el de como el descubrimiento de la quina fue más valioso que los tesoros metálicos que los españoles ansiosamente persiguieron en el Nuevo Mundo tesoros sobre los cuales, se podría hoy agregar, por una ironía de la suerte los Conquistadores no pudieron poner la mano nunca.16

Rendons grace au hazard; cent machines sur l'onde
Promenoient l’avarice en tous les coins du monde:
L'or entouré d'ecueils avoit des poursuivans:
Nos mains l'alloient chercher au sein de sa patrie,
Le Quina vint s'offrire a nous en même tems,
Plus digne mille fois de nôtre idolâtrie.
Cependant, près d'un siècle on la vû sans honneurs.

Demos gracias al azar; cien máquinas sobre la ola
Llevaron la avaricia a todos los rincones del mundo;
El oro rodeado de trampas tuvo perseguidores;
Nuestras manos fueron a buscarlo en el seno de su patria,
La Quina vino a ofrecérsenos al mismo tiempo,
Mil veces más digna de nuestra idolatría.
Sin embargo, durante casi un siglo se la vio sin honores.

[…]

Temprana Controversia acerca del Valor Medicinal de la Quina

Si, ni con la más remota reserva, el descubrimiento de la quina representó para la humanidad un beneficio incalculable, no se desprende de ello que sus méritos hubiesen sido inmediata y universalmente reconocidos. Por el contrario. Bien que hoy pueda parecer extraordinario, encarnizada, y en ocasiones con caracteres de especial acrimonia, fue la controversia que, acerca de sus virtudes, desde los albores de su introducción que, en Europa —en particular a partir de la publicación de la Schedula Romana hasta entrado el siglo XVIII, se desencadenó entre las varias escuelas y médicos. Hecho tan singular puede únicamente explicarse cuando se estudian las circunstancias históricas de la época. Uno de los factores principales en avivar dicha contienda fue la intolerancia religiosa, pues que muchos Protestantes llevaron a tal punto su odio contra la Iglesia Romana, y en particular contra los Jesuitas, de llegar a condenar a priori un remedio que los Jesuitas habían hecho posible a la población europea enferma.

Las más salientes de las figuras que en dicha controversia tomaron parte fueron: loannes Jacobus Chiffletus (Chifflet), médico del Archiduque Leopoldo de Austria, Regente de Bélgica y de Borgoña,17 quien escribió contra la corteza; el Padre Jesuita Honoratus Faber (Fabri), quien, bajo el seudónimo de Antimus Conygius, campeó su defensa contra los ataques de Chifflet y de Renatus Moraeus (Moreau), Profesor de Medicina de la Sorbona y médico del Rey de Francia; Vopiscus Fortunatus Plempius (Plemp), “Rector Magnificus” de la Universidad de Lovaina y Profesor de Medicina de ella, quien; bajo el seudónimo de Melippus Protimus, escribió contra Fabri, Badus, Sturm y Brunacius, quienes entraron a la liza contra Chifflet y Plemp. A su turno, en Inglaterra Gideon Harvey vertió escarnio contra Sir Robert Talbor y sus reivindicaciones como “pyretiatro” (especialista en fiebres) y acerca de su “método” para tratar éstas: la “Corteza de los Jesuitas”.

Ignorancia e inexperiencia en el conocimiento y uso de la corteza, la desigualdad en calidad de las diferentes remesas que de ella llegaban o Europa en tal época; la confusión que entonces reinaba respecto a su correcta identificación, todos estos fueron factores que poderosamente contribuyeron a mantener encendida la llama de la disputa. El resultado de tal polémica para la reputación de la quina fue, como mucho más tarde lo expresara un ilustre colombiano, Don Francisco Antonio Zea,18 primer Ministro de Colombia en la Gran Bretaña, «sus alternativas épocas de abatimiento y de gloria». Revelador de ello es que, si en 1655, Moreau escribía de París a un amigo en Bruselas (Plemp), «La reputación del Polvo del Perú, está tan muerta en esta Ciudad, que no se habla más de él, y que nosotros no lo prescribimos más»,19 en 1702, el célebre clínico italiano Bernardino Ramazzini declaraba en un discurso académico: «Seguramente una vez que el uso de este remedio se haga conocido… deberá confesarse que, en lo concerniente a la doctrina de las fiebres y al método de curar éstas, un cambio (revolución) se ha verificado, comparable al que, en el arte militar, determinó el invento de la pólvora».20

La extraordinaria carrera de Sir Robert Talbor,21 “el charlatán de Essex” (1639-81), aún objeto de opiniones encontradas, y Ia cual tuvo efecto tan adverso sobre el prestigio de los médicos de su época, está fuera de cuestión, debe reconocerse como uno de los factores más influyentes en la introducción de la quina en la farmacopea. Como es de recordarse, por medio de su “maravilloso secreto”, el arcanum, conocido de los franceses como el “remedio del inglés”, de su posición de “aprendiz de boticario”, como Sydenham se refirió a él, Talbor escaló las más altas dignidades y distinciones sociales y profesionales a que un medico pueda aspirar. Nombrado médico personal de Carlos II de Inglaterra, de Luis XIV de Francia y de María Luisa de Orleans, esposa de Carlos II de España, fue además ennoblecido por los Reyes de Francia e Inglaterra y hecho miembro del St. John's College de Cambridge. En adición, en orden o que sus súbditos pudiesen beneficiarse de tal ”secreto”, Luis XIV pagó a Talbor por su fórmula 2.000 luises oro y una renta anual de 2.000 libras. El “maravilloso secreto” de Talbor, revelado a su muerte, no resultó ser otra cosa que la desacreditada “Corteza de quina”. Desde el punto de vista de la ética médica, el comportamiento general de Talbor no puede excusarse. Ai mismo tiempo, debe reconocerse que él debió haber sido un hombre dotado de grandes atractivos naturales, dé una brillante inteligencia y de un don de gentes singular.

Algunos antecedentes acerca de la Clasificación Botánica de la Quina

Fue Linneo, entonces y hoy reputado uno de los más grandes naturalistas de todos los tiempos quien, conforme hemos señalado, en 1742, estableció la clasificación del árbol de la "quina", dando al género el nombre de Cinchona. Linneo basó esta clasificación sobre el dibujo de. la rama con hojas, flores y frutos (Plancha XVI) hecho en Febrero de 1737 por la Condamine en Cajanuma, dos leguas y media al sur de Loja (Plancha XVII), y en su correspondiente descripción del árbol.

PLANCHA XVI: Reproducción del dibujo de la Condamine del "fruto, flores y hojas" del Árbol de Quina, publicado con su Memoria en los Anales de la Academia de Ciencias de París; Julio de 1738.
PLANCHA XVII: Vista general de Loja, ciudad de la cual era Corregidor Don Juan López de Cañizares, y de donde, según Ia leyenda, éste envió la corteza de quina a Lima para la curación de la Condesa de Chinchón. En el fondo la CORDILLERA DE CAJANUMA, en adonde la Condamine hizo su dibujo del "fruto, flores y hojas" del árbol de la quina.

Con ocasión del “Tercentenario de la Quina”, aniversario celebrado en Londres y en los Estados Unidos, en 1930, para conmemorar el primer uso reconocido en medicina de la Cinchona por los europeos (caso del Corregidor de Loxa), afirmaciones fueron hechas22 en el sentido de que la primera persona en sugerir dicho nombre parece haber sido Sebastiano Bado, y que éste (el nombre) fue posteriormente aceptado y confirmado por el Consejo Comunal de Gante. La entidad a la cuál en esta aserción se hace referencia, era la encargada entonces en Flandes de aprobar las regulaciones que gobernaban el ejercicio de las prácticas médicas y farmacéutica, y de recibir las solicitudes de admisión a dichas profesiones y los “juramentos” de los neófitos, conforme todo a las “Resoluciones” que le proponía el Collegium Medicum. En parte alguna del trabajo de Bado hemos nosotros bailado base para tal afirmación. Es más, tampoco en el Antidotarivm Gandavense, la farmacopea oficial, usada en ese tiempo en Gante, obra completada en, 1690, han encontrado el Profesor Ruyssen, Rector de la Universidad de dicha ciudad, y el Profesor Appers, Jefe de la Biblioteca de la misma Institución —quienes a ruego nuestro han hecho una cuidadosa investigación al respecto— mención alguna al nombre de Cinchona.

Sin embargo, en la edición de 1663 aparece una entrado que puede haber dado lugar a cierta confusión. En la sección consagrada a los polvos23 se encuentra una referencia al Pulvis indicus, sive Catholicus, Auttore Marco Cornacchino. Con todo, el “Antidotarium” da en detalle la fórmula de dicho polvo, y entre sus componentes no está incluida la quina.24 En las circunstancias anteriores, y hasta donde nosotros hemos podido llevar las investigaciones, la primera “Farmacopea Oficial” en incluir entre las “medicaciones oficinales” la quina (Cinchona) fue la Pharmacopoeia Londinensis, de 1667, que atrás hemos mencionado, en donde figura con el nombre de Cortex Peruanus. Esta primera clasificación de Linneo, arriba referida, hecha justo en tiempo para ser incluida en la parte final de la “Addenda” que sigue al “Apendice” en su Genera Plantarum de 1742, bajo consideración ninguna fue definitiva. A propiamente decir, no podía ser definitiva, como que el sabio sueco nunca había visto por si mismo la planta, y que a la Memoria y dibujo de La Condamine le faltaban elementos que eran esenciales para poder establecer todos los caracteres del género. En sus subsecuentes trabajos, Linneo continuó desarrollando tal descripción: en su Materia Medica (1749) añade a ella algunos datos farmacológicos, y en su Species Plantarum (1753) la “Quinquina Condamin” recibe por primera vez la designación de “officinalis”.

Entre tanto, el Gobierno español había enviado a Loxea, con instrucciones de ver de organizar localmente el comercio de la quina (Cabildo de la Quina),25 a Don Miguel de Santisteban, Director de la Moneda de Santa Fé (Nueva Granada, Colombia). A su regreso a Bogotá, Santisteban obsequió unas muestras y un bello dibujo en colores (Plancha XVIII) del árbol de quina al sabio filósofo, matemático y naturalista Don José Celestino Mutis. En 1764, Mutis, a su turno, envió este material a Linneo. Basado en él Linneo completó su clasificación. Con la consecuencia de que, como tales muestras y dibujo eran de una variedad de quina diferente a la descrita y dibujada por La Condamine —Palo de Requesón, Quino amarilla o Cinchona cordifolia, la del primero; Cascarilla fina, Cascarilla de Uritusinga o Cinchona lancifolia, la del segundo— a partir de 1767, cuando apareció la doceava edición de su Systema Naturae, en la cual fue incluida la nueva y mucho más detallada descripción del árbol, la Cinchona officinalis no representa más la variedad dibujada por La Condamine (Cinchona lancifolia), sino la de Santisteban y Mutis (Cinchona cordifolia). En su Supplementum Plantarum, el hijo de Linneo acabó de perfeccionar la descripción del género Cinchona con nuevas informaciones y muestras suministradas por el mismo Mutis.

PLANCHA XVIII: Dibujo en colores del "tronco, fruto, flores y hojas"del árbol de la quina presentado por Don Miguel de Santisteban a Mutis, y que, en 1764, Mutis envió a Linneo. Basado en dicho dibujo corrigió Linneo su primera clasificación del género Cinchona.

El texto de la parte pertinente de las cartas en latín cruzadas entre Mutis y Linneo, y las cuales dieron lugar, de parte del último, a las modificaciones y definitiva clasificación del género Cinchona, es digno de transcribirse aquí. Citamos la carta de Mutis traducida de la versión inglesa contenida en el volumen dedicado a la correspondencia de Linneo, publicado por Sir James Edward Smith, primer Presidente de la Sociedad Linneana de Londres26 y la de Linneo de la obra del Dr. Blanco-Juste.27

En su carta para Linneo, fechada en Santa Fé de Bogotá el 24 de Septiembre de 1764, Mutis escribe:

«…Pero a fin de que mi presente carta no resulte enteramente sin provecho, envío a usted un dibujo, con algunas de las flores, de la corteza del Perú. No estoy cierto de si el celebrado señor de La Condamine ha presentado algún dibujo junto con su descripción, ni de si usted ha tenido oportunidad de examinar un espécimen desecado, pues no encuentro indicio de esto en la descripción genérica de Cinchona, en su edición de Estocolmo de 1754».28

Por su parte, Linneo en su respuesta a Mutis dice:

«…Recibí a su tiempo, hace ocho días, tu carta dada el día 24 de Septiembre de 1764, y por ella fui conmovido y regocijado en gran manera, pues contenía un bellísimo dibujo de la corteza de quina, juntamente con hojas y flores, cuyas flores nunca vistas por mi antes de ahora, me dieron verdadera idea de un género rarísimo, y muy diversa de la que adquirí por las figuras del Sr. Condamine. Estoy agradecidísimo por todo».

Palabras finales

Las variedades de Cinchona conocidas hoy pasan de 150 y, dado que el género de la planta es “heteroestilado”, una característica natural que previene la “autopolinización”, y conduce a la “hibridez”, su número tiende a aumentar de modo indefinido, el responsable de la larga, acrimónica y en general estéril controversia qué por muchos años mantuvieron algunos afamados naturalistas acerca de los caracteres botánicos de esta o aquélla especie o variedad de quina. Partiendo del examen de diversos ejemplares, ellos argüían sobre caracteres que estaban cambiando, aún dentro del lapso de su existencia misma.

Preeminentes entre los botánicos y naturalistas, que adelantaron el estudio de las Quinologías ecuatoriana, peruana, y boliviana fueron Don Hipólito Ruiz, José Antonio Pavón, Juan Tafalla y Juan Manzanilla. En el de la de Nueva Granada (Colombia), José Celestino Mutis (Plancha XIX), Francisco José de Caldas, Fray Diego García, Francisco Antonio Zea, José Joaquín Triana y Nicolás Osorio. Gracias al descubrimiento, debido a Santisteban, Sebastián José López-Ruiz, Mutis y García, de la existencia de la quina al norte del Ecuador, la corteza, que hasta entonces debía hacer el largo viaje circular alrededor del Cabo de Hornos para llegar a Europa, con gran desventaja para su condición a partir de entonces pudo ser enviada directamente a través del Atlántico, desde el puerto de Cartagena, circunstancia que no sólo repercutió marcadamente en la época sobre los aspectos comerciales de la corteza, sino consecuentemente, sobre sus implicaciones médicas. Grandes y sabias contribuciones al conocimiento nuestro hoy de la planta fueron hechas por distinguidos botánicos y naturalistas europeos. Entre estos últimos los más sobresalientes fueron: Joseph de Jussieu, Jaoquin, Humbold, Bonpland, Kunth, Karsten, Laubert, Weddel, Delondre, Poppig, Swartz, Wahl, Spruce, Lambert, Markham, etc., etc.

PLANCHA XIX: Retrato grabado de Mutis, enmarcado con las ramas de la planta que Gronovius nombró en honor de Linneo (LlNNAEA BOREALIS, a la derecha), y la que Linneo fil. nombró en honor de Mutis (MUTISIA, a la izquierda), publicado como tributo al sabio botánico español por Humboldt y Bonpland en su obra PLANTAE AEQUINOCTIALES (1808).

Las bellas plantaciones de quina de Java, que antes de la guerra suplían la corteza de que se extraía del 85 al 90 por 100 de la quinina que se consumía en el mundo, un promedio anual de 750 toneladas, fueron desarrolladas de las semillas de Cinchona calisaya colectadas en las Yungas del Departamento de La Paz, en Ia región de Chulumani, cerca del Río Beni (tributario del Alto Amazonas), en 1864, para Charles Ledger, por el indio Manuel Icamanahí (Norman Taylor, erradamente, se refiere a él como a Manuel Incra Mamani). Esta acción de Manuel Icamanahí le costó la vida. La humanidad, vale añadir aquí, debe a éste el retardado homenaje de un monumento conmemorativo, como que sus semillas fueron la fuente de la quinina que por casi una centuria se ha consumido casi en todas las partes del mundo, no sólo contra el paludismo, sino en el tratamiento de las infecciones gripales, las afecciones cardíacas, etc., etc.

Como también debe un tributo de gratitud a Carlos Ledger, quien vagó por años buscando esas semillas, y al distinguido agronomista y arboriculturista L. C. Bernelot-Moenz, Director de las Plantaciones de Cinchona del Gobierno en las Indias Neerlandesas. A la capacidad, perseverancia y discernimiento de este último, a través de indecible número de experimentos, en particular de injertos, fueron debidos el cultivo, selección y mejoramiento de la planta, en cuanto a su rendimiento en alcaloides. El resultado de este hábil, delicado y paciente trabajo fue, como todos sabemos, la Cinchona ledgeriana, que es la que hoy se crece en todas las plantaciones de dicha isla.

Fragmento de "Estudio crítico acerca de los hechos básicos en la historia de la Quina", publicado en 1949 por Jaime Jaramillo-Arango.
Artículo completo disponible aquí.

REFERENCIAS

  1. Arcos, Gualberto, Evolución de la Medicina en el Ecuador. (En Anales de la Universidad Central de Quito), 1938. (pág. 1024).
  2. Moses, Bernard, The Spanish Dependencies in South America (London, 1914), pp. 8, 19, 40, 106, 126.
  3. ibid.
  4. Arcos, Gualberto. Op. cit. (pág. 1052).
  5. Ulloa, Don Jorge Juan y Don Antonio de: Relación Histórica del Viaje hecho de Orden de S. Mag. a la América Meridional etc.— Madrid. 1748.
  6. Philosophical Transactions.^1 737-38. (pág. 81).
  7. Bado, Sebastiano, Anástasis Corticis Pérvviae, Sev China Chinae Defensio.— Genvae.— 1663. (Cap. 2, ipp. 21-22). Texto latino: Apéndice 1.
  8. Bado, Sebastiano, Op. cit. Cap. l, pg. 19. Texto latino: Apéndice 2.
  9. Quizá sólo Humboldt, basado en el hecho de que cuando él visitó a Loja no halló allí reminiscencia alguna oral o escrita de ella, puso en tela de juicio, su veracidad.
  10. Rompel, Josef, Kristiches Studien zur altesten Geschichte der Chinarinde.— Feldkirch.— 1905.
  11. Paz-Soldán, Carlos Enrique, Las Tercianas del Conde de Chinchón (Según el 'Diario de Lima de Juan Antonio Suarda).— Lima.— 1938.
  12. Haggis, A. W., Fundamental Errors in the Early History of Cinchona, Reimpreso del Bulletin of tlie History of Medicine,— Vol. X, 3 y 4. Octubre y Noviembre, 1941.
  13. Compendio Histórico-médico Comercial de las Quinas.— Departamento Botánico (Historia Natural) del Museo-Británico.— Londres.
  14. Poeme / du /'Q uinquina, / et autres Oüvrages / en Vers / de M. de la Fontaine,— A París, Chez Denis Thierry, 1682.
  15. Una de las nueve Musas, ¡hijas de Júpiter, quienes presidían sobre las Artes: Clio sobre la Historia; Eutérpe sobre la Música; Talia sobre la Comedia; Melpomene sobre la Tragedia; Terpsicore sobre la Danza; Erato sobre la Elegía; Polimnia sobre la Poesía Lírica; Urania sobre la Astrología; Caliope sobre la Elocuencia y la Poesía Heroica.
  16. Los tres grandes tesoros de América, que los españoles más febrilmente codiciaron, el de Cuzco, el de El Dorado y el de Moctezuma, es conocido, escaparon a su desvelada caza: el secreto del sitio donde se hallaba oculto el de "Cuzco" se perdió cuando, a la muerte de Huáscar y de Atahualpa, hijos del último Inca Imperial Huayna Capac, el primera asesinado por orden de su hermano, el segundo por orden de.Pizarra, Carlos Inca, su descendiente, dejó el Perú en exilio; el de "El Dorado" nunca fue hallado; y el de Moctezuma cayó en manos del pirata Giovanni da Verazzano, alias Juan Florentín.
  17. El Archiduque Leopoldo fue el mismo atacado de unas fiebres palúdicas. Chifflet administró al augusto paciente los "Polvos Peruanos (Peruviani Pulverses"), pero, a solicitud del Archiduque, quien detestó su gusto amargo, descontinuó su uso. A poco, el Príncipe sufrió una recidiva. De este accidente infortunado fue hecha responsable la corteza.
  18. Zea, Francisco Antonio, Memoria sobre la quina según los principios del Sr. Mutis.— Anal. Hist. Nat.— Madrid.— 1800. (II. pp.—196-235).
  19. Conygio, Antimo, Pervviani Pvíveris Febrifugi Defensor Repvlsvsa Melippo Protimo Belga. pág. 4.— Texto francés; Apéndice II.
  20. Ramazzini, Bernardino, Orationes Jatrici Argumentó etc. Patavii. M . DCC. V III.: Oratio Tertia: Veram Febrium Theoriam & Praxim inter ea, quae al huc desiderantur esse recensendam.— Habita die 6. Novembris M. DCC. II. (pág. 102). Texto latino: Apéndice 12. Texto latino: Apéndice 12.
  21. Su nombre frecuentemente es dado como Tabor y está asf deletreado en la Plancha II (q.v.) de Linneo. En la actualidad existen muchos Tabors en Essex y su genealogía se traza 2 o 3 siglos atrás. Cuando en Francia, Talbor cambió su nombre por Talbot.
  22. Dock, George, The Medicinal Use of Cinchona. En, "Proceedings of the Celebration of the Three Hundredth Anniversary of the First recognised Use of Cinchona.— St. Louis, Mo.— 1931", (pág. 157)
  23. Tractatus XI, de pulvis simplieibus, & solutivis. _(pág. 134)'.
  24. R/ .Scammoneae per sulphur praeparatae § j / Antimonii praepárati ut dicetur § vj / Crystalli tartarí § iiij / Misce fiat pulvis.
  25. Relación informativa práctica de la quina de (a ciudad de Loxa y demás territorios donde se cria según demostración que hizo el año de 1753 Dn. Miguel de Santisteban, para que se plantificase, conduciéndola por los parages y puertos que cita, a España, con igual cuenta del costo hasta almacenarla. Santa Fe, 4 de junio de 1753. Biblioteca de Palacio.— Madrid. Miscelánea de Ayala. MS. N° 2823. Tomo V III, pp. 82-88.
  26. Smith, Sir James Edward, Selection of the Correspondence of Linnaeus.— London.— 1 821.— Vol. II.
  27. Blanco-Juste, doctor Francisco J., Historia del Descubrimiento de la Quina.— Madrid.— 1934.
  28. Smith, Sir James Edward, Op. cit. Texto inglés: Apéndice 13.

El paludismo se presentó en las tropas de Alvarado en forma perniciosa acometiéndoles aquel los accesos denominados por Krafft Ebing, delirios maláricos, y que consisten en fuertes alteraciones psíquicas y en terribles excitaciones.

Uno entre todos los pensamientos en Le Póeme du Quinquina, oda a la droga en dos cantos, merece ser recordado: es el de como el descubrimiento de la quina fue más valioso que los tesoros metálicos que los españoles ansiosamente persiguieron en el Nuevo Mundo tesoros sobre los cuales, se podría hoy agregar, por una ironía de la suerte los Conquistadores no pudieron poner la mano nunca.

Jaime Jaramillo Arango (1897–1962) fue un médico, escritor, diplomático y político colombiano. Con toda probabilidad, mientras fue embajador en Londres tuvo acceso a los Jardines de Kew, la Sociedad Linneana de Londres, el Dpto. Botánico del British Museum, el museo Wellcome de Historia de la Medicina, entre otros. El acceso a los archivos de estas instituciones le permitieron escribir este texto, que sobresale por ser de las pocas revisiones históricas que contrastan la historia tradicional con puntos de vista latinoamericanos, y por empezar su pesquisa desde 1492, algo infrecuente en la historiografía de la quina.

Por otro lado, el texto fue escrito originalmente en español, algo anómalo respecto al tema. Retomamos algunos fragmentos del texto original y vale la pena comparar la perspectiva de un médico colombiano, con la de un médico anglosajón, como la de Henry Wellcome –que también retomamos en la versión en inglés de este sitio– respecto al tratamiento de la quina.

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