Paisajes Fantasma
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Delirios maláricos

Centro de Malestares Tropicales

Este texto, conformado por retazos del original de Jaramillo Arango, resume algunas de las historias fundacionales acerca del descubrimiento de las propiedades antimaláricas de la quina. Reunir las diversas imágenes míticas sobre la corteza de quina, así como algunos datos que fueron, en apariencia, ignorados a propósito, puede funcionar como crisol para entender las maneras en las que mito, historia y ciencia se coludieron para ofuscar el origen de lo que para muchos estudiosos fue el descubrimiento de “la planta más importante en la historia de la medicina”, y reemplazarlo por alucinaciones que se establecieron como realidad.

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Consiste dicho hecho en que —impresionado por la narración y convencido de su autenticidad— a fin de inmortalizar a la heroína, Linneo quiso darle su nombre al género del árbol de la quina.

Una leyenda de tanto encanto como la de la Condesa no se abandona sin embargo fácilmente, y algunos autores, ante dicha evidencia, han tratado de tejer su trama en otra forma.

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1. Los inicios de la historiografía de la quina están rodeados de una espesa niebla, basada en dichos del siglo XVII. Un primer acercamiento a los comentarios de Mutis o Humboldt, quienes tenían un “conflicto de interés” en los asuntos de la quina, contradicen lo que Jussieu o La Condamine, los primeros que mandaron especímenes a Europa, reconocían un siglo antes.

Por cuanto hace a la cuestión original de si los aborígenes conocieron o no las propiedades de la quina, y de si emplearon ésta, Humboldt, Mutis, Pöppig, Spruce, Markham, etc., y otros exploradores y naturalistas modernos que en el curso del siglo pasado visitaron el primitivo “Imperio de la Quina”, basados en el hecho de que ellos encontraron, observación hecha por primera vez por Ulloa,1 que entre la gente de dichas Comarcas no sólo prevalecía un fuerte prejuicio contra la quina, como remedio contra las fiebres, sino que, muchos nativos preferían morir a recurrir al que consideraban un remedio tan peligroso, han expresado el parecer de que los aborígenes no conocieron de las virtudes de la Cinchona, y que éstas fueron descubiertas por los europeos. Dichos comentadores, sin embargo, parecen haber olvidado, de una parte, que naturalistas como William Arrot, el cirujano escocés,2 Jussieu y La Condamine, quienes visitaron el Ecuador un siglo antes, todos explícitamente afirman que la opinión corriente en Loja era la de que las propiedades y uso de la quina fueron conocidas de los Indios mucho antes de la llegada de los españoles; y de otra, que uno de los trágicos rasgos de la “Conquista del Nuevo Mundo” fue la casi completa exterminación de la población nativa en muchos lugares, por manera que no es mucho de extrañar que, a comienzos del siglo diecinueve, y ello mayormente hoy, la población rural, en muchas partes, hubiere perdido sus tradiciones.

Es más, no debe olvidarse que Bollus, a quien más extensa referencia haremos más adelante, quien vivió por muchos años en el Perú, y fue la primera persona conocida en dejar una relación escrita del uso de la Cinchona en América, específicamente manifiesta que «la corteza era conocida de los Indios y que ellos la usaban en sí mismos en la enfermedad, pero que, por todos los medios en su poder, siempre trataron de prevenir que el remedio llegara a ser conocido de los españoles, quienes entre los europeos especialmente despertaban su ira».3 Bollus va más lejos aún: concretamente afirma que entre los indios «la corteza es usada para toda clase de fiebres y que la manera como la emplean en nada se diferencia de la nuestra».4 Al mismo propósito, vale bien recordar también por último que, debido a su sabor amargo, la quina fue siempre uno de los remedios más desagradables de tomar, hecho el cual, en todo tiempo y en todas partes, despertó contra ella un marcado prejuicio. Por supuesto, las consideraciones precedentes ni con mucho implican que la quina fuese conocida por todas las Comunidades nativas: lo más probable es que su conocimiento estuvo circunscrito a ciertas tribus, en especial de los alrededores de Loja.

2. Si desconocer los conocimientos de las comunidades indígenas fue el primer paso, el segundo fue reescribir dichas narrativas con cuentos fantásticos… pero mucho más atractivos.

Por cuanto a las leyendas altamente imaginativas de que los Indios descubrieron las propiedades de la corteza al observar que «leopardos atacados de fiebre masticaban la corteza de un árbol particular, que resultó ser el Arbol de Calenturas», o que los europeos adquirieron tal conocimiento en gracia de que «en un lugar desierto un soldado español, atacado de una crisis de fiebre palúdica, bebió agua de un lago rodeado de árboles de quina, en el cual algunos de ellos habían caído, haciendo, por así decir, una infusión natural de la planta, después de lo cual se habría dormido profundamente; despertándose más tarde enteramente curado», justamente por lo que ellas son fruto exclusivo de la fantasía, dichas pintorescas y coloridas leyendas deben sobrevivir. Es un hecho establecido, respaldado por los primeros Cronistas y Misioneros, que los Indios eran a la vez finos observadores de la naturaleza y connotados botánicos, siendo en particular admirable el extenso conocimiento que tenían de las plantas medicinales.

La leyenda —con raras excepciones, comúnmente tenida en el pasado como auténtica5— hoy, gracias en particular a los interesantes y documentados trabajos de J. RompeI,6 C. E. Paz-Soldán7 y A. W. Haggis,8 casi comprobado ser una ficción—de como las virtudes de la quina fueron conocidas por los europeos por primera vez, y cuando fue ésta introducida a Europa, vale la pena de ser recordada aquí. Tal relación no sólo encierra un cuento de un gran valor romántico sino que, cualquiera que sea la verdad histórica, su contar imprimió sello a un hecho de carácter científico que, en toda ocurrencia, indefectiblemente ha de transmitir su relato a la posteridad.

Consiste dicho hecho en que —impresionado por la narración y convencido de su autenticidad— a fin de inmortalizar a la heroína, Linneo quiso darle su nombre al género del árbol de la quina. Con Ia particularidad más de que, informado mal sobre la manera de deletrear dicho nombre, escribió “Cinchona” en vez de “Chinchona” (comenzando la palabra con C en vez de Ch), como ha debido de ser, omisión acerca de la cual el primero en llamar la atención, tanto en su “Quinología, o tratado del Árbol de la Quina, o Cascarilla” (Madrid, 1792), como en el Manuscrito9 más temprano en el que fue basado dicho trabajo, fue Don Hipólito Ruiz, y de cuya corrección Linneo nunca pudo haberse apercibido, como que el célebre naturalista sueco murió el año mismo (1778) en que, al frente de su celebrada expedición, Ruiz y Pavón desembarcaron en el Perú.

Ansiosos de que el nombre del género del árbol de la quina tenga verdaderamente un carácter epónimo y, por tanto, de que interprete fielmente las intenciones de Linneo, a partir de la fecha anterior, muchos connotados autores calurosamente han advocado la corrección del error mencionado.10 Su empeño ha sido vano. Conforme han observado otros autores, cambiar al presente el nombre del género no solamente envolvería un cambio en el nombre de las diferentes especies de la planta hoy conocidas, las cuales todas llevan el nombre conforme a la manera de deletrear de Linneo, sino de la serie de los diferentes productos que de ellas se extraen o que con ellas se preparan, y que patronímicamente se designan también con nombres derivados del género de origen, de acuerdo con la misma ortografía: (cinchonina, cinchonidina, amocinchonina, ácido cinchotánico. etc.)

3. La versión canónica del mito de la Condesa… en la que se reconoce el conocimiento anterior de los indios, pero es tomado simplemente como un detalle de fondo.

La historia original de la Condesa, recapitulada o reconstruida de las fuentes más dignas de crédito, reza como sigue:

Hacia el año de 1630, Don Juan López de Cañizares, Corregidor de Loja, Audiencia de Quito, en la jurisdicción del antiguo Virreinato del Perú (hoy una Provincia de la República del Ecuador), cayó enfermo de una fiebre intermitente. Un amigo suyo, un Jesuita Misionero, de nombre Juan López, le sugirió tomar el remedio nativo que un Cacique Indio, que al abrazar la fé católica fue bautizado con el nombre de Pedro Leiva,11 le había dado a él para curarlo de una fiebre similar, y el cual, según el mismo Cacique, los indios empleaban contra dicho mal de muchos siglos atrás. Este último hecho había ocurrido en Malacatos, poblado situado a algunas leguas al Sur de Loja, hacia 1600. El Corregidor convino en ensayar el remedio: una infusión de la corteza del árbol llamado ”Árbol de Calenturas” le fue suministrada.

El restablecimiento fue rápido. Algún tiempo después (1632? 1638?) Doña Francisca Henríquez de Ribera, esposa de su patrón, el Virrey Don Luis Gerónimo Fernández de Cabrera y Bobadilla, Cuarto Conde de Chinchón, fue atacado de las mismas fiebres, en Lima. Al conocer la noticia, el Corregidor escribió al Virrey “remitiéndole una porción de la referida corteza, avisándole de la eficacia de su admirable virtud, modo de usarla, y esperanza casi indubitable de que cortarían las tercianas a su Esposa”. Al mostrar el Virrey esta carta a la Condesa, ella en seguida consintió en tomar el desconocido remedio. El relato original de Bado no especifica si el doctor Juan de Vega, médico personal del Virrey, fue consultado sobre el particular: naturalmente, es lógico suponer que lo fue. Este último punto es de interés pues que varios escritores, Joseph de Jessieu entre ellos, de quién es originaria Ia versión de la forma como tuvo lugar la curación del Misionero y del Corregidor, mantienen que fue el doctor Juan de Vega quien —bien por que conociera dichos casos, o par que la corteza le fuese enviada a él personalmente— insinuó al Virrey su uso. Otros autores, por el contrario, afirmar que el Virrey hizo ir al Corregidor a Lima en orden a que instruyese a los médicos de la Virreina sobre la manera correcta de preparar y administrar la medicación, y que ésta fue primero ensayada en otros enfermos de inferior rango.

La Condesa se curó completamente.

Cuando esto fue conocido en la ciudad, a través de intermediarios las gentes se dirigieron a la Virreina, pidiéndola se dignara ayudarles, y decir, si quería, gracias a que remedio ella al fin tan maravillosa, tan rápidamente, se había recobrado, por manera que ellos, que frecuentemente sufrían precisamente de estas fiebres, pudieran procurárselo. La Condesa al momento consintió. Ella no únicamente les dijo cual era el remedio, sino que ordenó que una gran cantidad de él le fuese enviada, para aliviar los sufrimientos de los ciudadanos, que frecuentemente sufrían de la fiebre. No solamente ordenó él la que se le trajera este gran remedio — la Corteza, sino que quizo distribuirlo con su propia mano a los muchos enfermos.

Y las cosas resultaron tan bien que, de igual manera que ella había experimentado las generosas manos de Dios en este maravilloso remedio, así todos los necesitados que lo tomaron maravillosamente recobraron su salud. Y esta corteza fue después llamada Pulvis Commitissae, que en español es “los polvos de la Condesa”.12

4. Una crítica a la leyenda de la Condesa

La leyenda anterior, hemos señalado atrás, ha sido casi completamente desacreditada por los historiadores modernos, en particular por los trabajos de Paz-Soldán y de Higgis. En dos hechos fundamentales se basan estos autores para impugnarla: a) el hecho de que ningún escritor contemporáneo, de los que escribieron sobre el árbol de la quina (palo o leño de calenturas) o sobre los acontecimientos de la época,13 hace alusión alguna a tal leyenda; que en el Diario Oficial del Conde de Chinchón, llevado por su Secretario, clérigo doctor don Juan Antonio Suardo, documento que se conserva en el Archivo General de Indias de Sevilla,14 en absoluto en parte alguna se hace referencia a tal circunstancia. En dicho Diario se hace una minuciosa entrada de todas las actividades del Conde, y frecuentemente se registran las de la Condesa: con todo, en ningún lugar se menciona en él que ella hubiese sido atacada de fiebres intermitentes.

En cambio, a través de casi todo el período cubierto por el Diario (15 de Mayo de 1629 a 30 de Mayo de 1639) el Conde aparece sufriendo periódicamente de “fríos y calenturas”, desde el 29 de abril de 1631, cuando, “por hallarse Su Excelencia agravado de una calentura terciana, los médicos lo mandaron sangrar por la tarde”, primera referencia incuestionable a su afección palúdica, hasta fines de 1638, año en el cual nuevamente el 21 de octubre “vuelve a presentar fiebre y por esta causa es sangrado dos veces”.

Considerada la evidencia anterior, no sólo pues hablar de la enfermedad de la Condesa, sino fijar su curación en el año de 1638, tal cual lo afirman Markham y otros autores que más tarde han repetido el aserto suyo, es contra todo testimonio histórico y enteramente arbitrario.

Una leyenda de tanto encanto como la de la Condesa no se abandona sin embargo fácilmente, y algunos autores, entre ellos el distinguido historiador peruano doctor Carlos Enrique Paz-Soldán, ante dicha evidencia, han tratado de tejer su trama en otra forma.15 Conforme a este atrayente escritor la persona curada con la corteza no fue la Condesa sino el Conde, con la circunstancia de que si éste tomó dicha desconocida medicina en realidad entonces una aventura terapéutica, no fue propiamente por prescripción o consejo de. sus médicos de cabecera, sino cediendo a la presión cariñosa de su amante esposa y enfermera quien, llena de angustia ante la situación, y desesperada ya del éxito de las otras medicaciones, lo indujo a tomar la corteza de Loja.

Infortunadamente, el doctor Paz-Soldán no presenta prueba concreta ninguna en respaldo de su sugestiva, y sentimental versión. Sus argumentos son simplemente de conjetura, entre ellos; uno de los principales, oí hecho de que según ”historiadores dignos de crédito”, habiendo el Conde recibido marcados favores de Nuestra Señora, decidió erigir a Ella una Iglesia y dio con este propósito 80.000 pesos, y más tarde envió a la Virgen desde Cartagena otros presentes avaluados en 100.000 pesos.

El favor mayor habría consistido precisamente en librarlo de la malaria con el remedio indígena. Sin entrar a considerar otros particulares de la cuestión, las ofrendas del Conde a la Virgen pueden fácilmente explicarse conociendo como se conoce, de una parte, cuan ferviente y devoto católico era él, y de otra, el estado de alma en que se halló cuando, al tocar por segunda vez en Cartagena esta vez de regreso, recibió allí el tremendo golpe de perder a su esposa en pocas horas. En hechos, no es imposible que los regalos enviados a lo Virgen desde esta ciudad hayan consistido de las joyas y prendas de vestir de la Condesa.

Es más, conforme hemos visto por el referido Diario, no sólo casi a todo lo largo del período de su Gobierno (1628-1639) el Conde aparece sufriendo de “fríos y fiebres”, para lo cual una y otra vez es sangrado —tratamiento ni física ni psicológicamente de los más fáciles de sobrellevar, sino que, en tal documento en parte alguna se menciona en ninguna forma la corteza febrífuga o el “árbol de calenturas”.

5. Otras bien conocidas versiones de las circunstancias como la quina atrajo la atención de los europeos de la leyenda de la Condesa de Chinchón merecen una mención crítica.

Le Póeme du Quinquina,16 oda a la droga en dos cantos, de 28 páginas cada uno, escrito por La Fontaine a solicitud de Uranie17 nombre que ocultaba la identidad de la Duquesa de Bouillon, y dedicado a ella, es una composición que, si por más de un aspecto, es digna de admiración — aunque en verdad es poco Ib que añade a la extensa fama del connotado fabulista, de otro lado no refleja luz alguna sobre la historia de este medicamento. Uno entre todos los pensamientos de La Fontaine en dicha poesía merece si ser recordado: es el de como el descubrimiento de la quina fue más valioso que los tesoros metálicos que los españoles ansiosamente persiguieron en el Nuevo Mundo tesoros sobre los cuales, se podría hoy agregar, por una ironía de la suerte los Conquistadores no pudieron poner la mano nunca.18

Rendons grace au hazard; cent machines sur l'onde
Promenoient l’avarice en tous les coins du monde:
L'or entouré d'ecueils avoit des poursuivans:
Nos mains l'alloient chercher au sein de sa patrie,
Le Quina vint s'offrire a nous en même tems,
Plus digne mille fois de nôtre idolâtrie.
Cependant, près d'un siècle on la vû sans honneurs.

Zuma ou la Découverte du Quinquina,19 el célebre cuento melodramático de Madame de Genlis, Institutriz de los niños de Felipe Igualdad, Duque de Orleans, traducido a varios idiomas, y obra que, inclusive, ha sido puesta en escena, si en si una pieza de innegable valor literario, no tiene ninguna base histórica: su trama es fruto exclusivo de una viva imaginación.

Brevemente recapitulada, la historia de Madame de Genlis es la siguiente. La condesa de Chinchín sufre una fiebre intermitente; está peligrosamente enferma. Zuma, la más bella de todas las doncellas indias de los alrededores de Lima, a quien la condesa había tomado a su servicio, en posesión del secreto que todos los nativos, y ella en particular, habían jurado no revelar jamás a los españoles (el último recurso en manos de los nativos para vengarse de los odiados invasores era verlos morir impotentes de paludismo), angustiada al ver a su señora, por la que había desarrollado un gran afecto, a las puertas de la muerte, debido a la enfermedad para la que existía un remedio tan infalible, determinó dar a la Condesa, furtivamente, durante la noche, un poco del precioso polvo que su marido, con el consentimiento de los indios, había introducido de contrabando en el Palacio a Zuma, para curarla de la misma fiebre. Zuma es sorprendido en su acción. En la creencia de que la enfermedad que aquejaba a la Condesa se debía a un lento envenenamiento (tácitamente, Madame de Genlis tenía en poca estima a los médicos de la época), causado por las pociones que le daba en secreto su criada con la intención de matarla, Zuma y su marido son condenados a morir en la hoguera.

Despertada por la inusitada conmoción en Palacio, algo mejorada y con el presentimiento de la inminente tragedia, la Condesa se esfuerza por llegar al lugar de la ejecución a tiempo para salvar a la joven pareja de indios en el preciso momento en que la hoguera iba a ser incendiada. Como acto de gratitud por la acción de la Condesa en favor de Zuma y su marido, los caciques se presentan para revelar las virtudes de la corteza. Como acto de gratitud por la acción de la Condesa en favor de Zuma y de su marido, los Caciques deciden revelar al Virrey las virtudes de la corteza. Todos estos hechos habrían sido consignados en una placa conmemorativa.

Ni de la placa conmemorativa de que habla Madame de Genlis existe noticia alguna, ni de los hechos que ella presenta se encuentra ningún testimonio.

La narración de Don Ricardo Palma, Los Polvos de la Condesa,20 descansa esencialmente en tradición basada en las relaciones de Bado, Jussieu, La Condamine y otros tempranos escritores. La apreciación de su valor histórico queda encerrada en el juicio crítico que hemos hecho, de la “leyenda de la Condesa”.

La Santa Virreina,21 obra dramática en verso de Don José María Pemán, estrenada en 1939, y la cual ha sido también puesta en escena en varias partes del mundo, es una pieza fundamentalmente basada en una traducción al español de Zuma, hecha en 1931 por el doctor Francisco Javier Blanco-Juste.22

Conforme a Markham,23 existe otra traducción al castellano de Zuma, hecha en 1827, la cual lleva el título de Zuma, o descubrimiento de la Quina, novela Peruana. Si, igual que Zuma, La Santa Virreina es una obra de indiscutible valor literario, y a más de ello es una bella elegía a la obra misionera y colonizadora española, como ella, naturalmente arranca de una ficción y, por tanto, no contribuye elemento de valor alguno al problema de la historia del origen del conocimiento de las propiedades de la quina por los europeos.

El ensayo histórico de la señora M. L. Duran-Reynals, The Fever Bark Tree,24 trabajo que nosotros hemos comentado en un escrito reciente,25 es, fuera de cuestión, un libro que demuestra que el autor ha ahondado extensamente en la literatura de la quina, algunos de sus capítulos son de absorbente interés. Infortunadamente, dicha obra ni puede ser considerada como un estudio completo sobre la materia, ni expresa, como la nota en la cubierta del volumen lo pretende, “La verdad en cada detalle”. Aparte de la imaginativa ficción en que algunos de sus episodios se desenvuelven, las fechas y afirmaciones erradas que contiene no son pocas.

REFERENCIAS

  1. Ulloa, Don Jorge Juan y Don Antonio de: Relación Histórica del Viaje hecho de Orden de S. Mag. a la América Meridional etc.— Madrid. 1748.
  2. Philosophical Transactions. 737-38. (pág. 81).
  3. Bado, Sebastiano, Anástasis Corticis Pérvviae, Sev China Chinae Defensio.— Genvae.— 1663. (Cap. 2, ipp. 21-22). Texto latino: Apéndice 1.
  4. Bado, Sebastiano, Op. cit. Cap. l, pg. 19. Texto latino: Apéndice 2.
  5. Quizá sólo Humboldt, basado en el hecho de que cuando él visitó a Loja no halló allí reminiscencia alguna oral o escrita de ella, puso en tela de juicio, su veracidad.
  6. Rompel, Josef, Kristiches Studien zur altesten Geschichte der Chinarinde.— Feldkirch.— 1905.
  7. Paz-Soldán, Carlos Enrique, Las Tercianas del Conde de Chinchón (Según el 'Diario de Lima de Juan Antonio Suarda).— Lima.— 1938.
  8. Haggis, A. W., Fundamental Errors in the Early History of Cinchona, Reimpreso del Bulletin of tlie History of Medicine,— Vol. X, 3 y 4. Octubre y Noviembre, 1941.
  9. Compendio Histórico-médico Comercial de las Quinas.— Departamento Botánico (Historia Natural) del Museo-Británico.— Londres.
  10. Entre dichas instancias una de las más brillantes es la de Sir CIements R. Markham: A Memoir of the Lady Ana de Osorio— London— 1874.
  11. Arcos, Gualberto, Evolución de la Medicina en el Ecuador. (En Anales de la Universidad Central de Quito), 1938. Op. cit.
  12. Traducción de la cita de A. W. Haggis, de un pasaje del libro de Sebastiano Bado: Anastasis Corticis Pervviae, etc.— Genvae— 1663.
  13. Sobresalientes entre estos escritores merecen mención el Padre Jesuita Bernabé Cobo, en un tiempo Superior del Colegio de ¡Pisco y Rector de la Casa de la Comunidad en Arequipa, y el Padre Maestro Agustino Fray Antonio de la Calancha. Entre 1596, cuando se embarcó en Sevilla, y 1657, cuando en Lima, el Padre Cobo permaneció en América, principalmente entré Venezuela, Colombia, el Perú y México, 61 años. Su magistral obra, publicada por primera vez en 1890-93, Historia del Nuevo Mundo, es quizás el mejor trabajo de su tiempo al respecto. La obra del Padre Calancha, Crónica Moralizada de la Orden de San Avgvstin en el Perv, escrita en 1633, es de su lado un trabajo de no menos valor, Ofrece Ia última la singularidad de que al hablar en ella de las "excelencias y abundancias" de dicha tierra, el Perú (Lib. I, Cap. IX, pág. 59). el Padre Calancha ya entonces apunta que los polvos de la corteza del árbol de calenturas "an echo en Lima efectos milagrosos".
  14. Legajo 50 — de la Audiencia de Lima.— Archivo General de Indias.—Sevilla.
  15. Paz-Soldán, Carlos Enrique, La introducción de la Quina en Terapéutica.— México.— 1941.
  16. Poeme / du /Quinquina, / et autres Ouvrages / en Vers / de M. de la Fontaine,— A París, Chez Denis Thierry.— 1682.
  17. Una de las nueve Musas, hijas de Júpiter, quienes presidían sobre las Artes: Clio sobre la Historia; Eutérpe sobre la Música; Talia sobre la Comedia; Melpomene sobre la Tragedia; Terpsicore sobre la Danza; Erato sobre la Elegía; Polimnia sobre la Poesía Lírica; Urania sobre la Astrología; Caliope sobre la Elocuencia y la Poesía Heroica.
  18. Los tres grandes tesoros de América, que los españoles más febrilmente codiciaron, el de Cuzco, el de El Dorado y el de Moctezuma, es conocido, escaparon a su desvelada caza: el secreto del sitio donde se hallaba oculto el de "Cuzco" se perdió cuando, a la muerte de Huáscar y de Atahualpa, hijos del último Inca Imperial Huayna Capac, el primera asesinado por orden de su hermano, el segundo por orden de.Pizarra, Carlos Inca, su descendiente, dejó el Perú en exilio; el de "El Dorado" nunca fue hallado; y el de "Moctezuma” cayó en manos del pirata Giovanni da Verazzano, alias Juan Florentín.
  19. Genlis, Mme la Comtesse de, Zuma ou la Découverte du Quinquina— Dédié a Mme. La Comtensse de Ghoiseul (nee Princesse de Bauffremont). París.— 1817.
  20. Palma, Ricardo, Tradiciones Peruanas: Los Polvos de la Condesa. Crónica de la época del decimocuarto Virrey del Perú.
  21. Pemán, José María, La Santa Virreina— Poema dramático— Madrid–1939
  22. Blanco-Juste, Francisco J., Zuma en el Descubrimiento de la Quina— La Voz de la Farmacia— Madrid.— 1932.
  23. Markham, Sir Clements R., A Memoir of the Lady Ana de OsorioLondon— 1874 (p. 43)
  24. Duran-Reynals, M . L., The Fever Bark Tree— Libro publicado por primera vez en EEUU, en 1946; reimpreso en Gran Bretaña en 1947.
  25. Jaramillo-Arango, Jaime, A Review of The Fever Bark Tree, in "The Medical Bookman and Historian" —London— February 1948.

Don Juan López de Cañizares, cayó enfermo de una fiebre intermitente. Un amigo suyo, un Jesuita Misionero, de nombre Juan López, le sugirió tomar el remedio nativo que un Cacique Indio, que al abrazar la fé católica fue bautizado con el nombre de Pedro Leiva, le había dado a él para curarlo de una fiebre similar, y el cual, según el mismo Cacique, los indios empleaban contra dicho mal de muchos siglos atrás.

Este texto, conformado por retazos del original de Jaramillo Arango, resume algunas de las historias fundacionales acerca del descubrimiento de las propiedades antimaláricas de la quina. Reunir las diversas imágenes míticas sobre la corteza de quina, así como algunos datos que fueron, en apariencia, ignorados a propósito, puede funcionar como crisol para entender las maneras en las que mito, historia y ciencia se coludieron para ofuscar el origen de lo que para muchos estudiosos fue el descubrimiento de “la planta más importante en la historia de la medicina”, y reemplazarlo por alucinaciones que se establecieron como realidad.

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